La verdad es que he jugado en mi mente con la idea de escribir sobre este tema bastantes veces, pero muchas veces me tiraba para atrás la facilidad con la que se puede caer en una simple sarta de tópicos, o una recopilación de malas experiencias exageradas. Por eso, no me he decidido a hacerlo hasta hoy, fecha en que no tengo ningún “sablazo” reciente que me afecte de cerca.
En este tipo de discusiones, yo siempre procuro asumir la bondad humana. Sí, me podéis llamar iluso happy flowers, pero soy físico y las entelequias son lo mio. Por lo menos, intento dar el beneficio de la duda y suponer que un gran porcentaje de la población actúa por norma general de buena fe. Y los mecánicos no deben ser una excepción.
A tal efecto, quizá debería empezar diciendo que «hay de todo, como en todas partes», por lo que «no se puede generalizar». Pero aunque son verdades como puños, he dicho que no caería en tópicos, así que no lo voy a decir.
Por lo general, en las facturas de los talleres mecánicos suelen constar tres tipos de conceptos. En primer lugar, piezas. Se supone que pagamos el precio de catálogo, el mismo que nos costaría si nos la compráramos nosotros. En este punto no es difícil montar una teoría de la conspiración, y pensar que los señores que venden piezas para automóvil imprimen catálogos con precios inflados a posta. Y lo hacen con el único propósito de permitir que otras personas nos saquen más pasta. Yo no tengo elementos de juicio para hacer ninguna afirmación ni a favor ni en contra, sólo digo que estoy convencido de que Lee Harvey Oswald fue el inventor de este tipo de catálogos.
En segundo lugar, están lo que podríamos llamar consumibles. Aceite y líquidos variados que se echan por los diversos pitrros de debajo del capó. Aquí puede ser divertido intentar tener todos los niveles al máximo para ver si es posible evitar que la inspección del taller detecte la necesidad de reponer el líquido correspondiente. Seguramente las garrafas del supermercado cuestan más o menos lo mismo que nos cobraría el mecánico, pero todo sea por evitar que se lleven un mísero euro.
El tercer y más polémico punto son las horas. Ahí es donde la expresión el tiempo es oro alcanza su colmo. El mío cobra 32 euros por hora, más IVA. Es decir, un euro cada 112,5 segundos. Si extrapolamos esa tarifa a un trabajo de 40 horas semanales, tendríamos un sueldo bruto de 66 560 euros. No es moco de pavo, ni mucho menos.
Esto es como lo ve el cliente, claro está. El esforzado dueño del taller no lo ve así. En primer lugar, el importe correspondiente a las piezas y consumibles ni la huele, si total se limita a trasladar a la factura lo mismo que el distribuidor correspondiente le cobra a él (se supone).
En segundo lugar, de esos 32 euros horarios, tiene que salir el dinero suficiente para pagar un sinfín de gastos que no se reflejan directamente en las facturas, pero que son imprescindibles para el funcionamiento del local. Si alguna vez habéis intentado llevar un negocio, seguro que entenderéis lo que digo: salen gastos por todas partes.
Es decir, el cliente no sólo tiene que pagar el salario del trabajador que se está ensuciando las manos con su coche, sino que el importe tiene que cubrir todo tipo de costes: alquiler del local, empleados no productivos (la típica secretaria), herramientas, electricidad, etc.
No dudo que los gastos son descomunales. Quizá en proporción a lo exagerado del precio por hora. Lo más seguro es que muchos talleres den lo justo para vivir, y que estén sufriendo la crisis como la mayoría de pequeñas empresas del país.
A todo esto, ¿sabéis cuál es mi gran crítica con respecto a los talleres mecánicos? Que son el único establecimiento en el que vas sin saber cuanto vas a pagar. En una tienda, tienes la etiqueta con el precio. En un restaurante, la carta. Pero, por lo menos en mi limitada experiencia, siempre que he pedido una estimación siempre he recibido la misma respuesta: no lo sé, cuando me lleguen las piezas te lo diré.
Y aunque suelo ser más bien inocente y tragármelo todo, con esto no puedo. Nunca he podido. Si te ganas la vida, ¿cómo no vas a tener una idea de por donde van los tiros? Si al final, aquellos que aconsejan pedir un presupuesto cerrado y dejar bien claro que no se va a pagar nada que no se haya pedido explícitamente van a tener razón…